jueves, 3 de abril de 2014


"El otoño es una estación de trenes, 
donde suelen coincidir los olvidados" 
Marco Antonio Regalado


¿En qué capítulo bajé de ese tren para tomar la ruta más lejana? ¿Lo recuerda?
Fue en una primavera naciente, el sol fastidiaba el escote de mi vestido, mientras me tomaba del brazo y caminábamos sin prisa por la estación.
Mi maleta apenas pesaba, me había deshecho de casi todo. Nunca fui acumuladora.
Estanqué el tufo de esa mañana: gardenias. Las primeras del año. Bebimos café con leche acompañado de pan de naranja. Sentados en un rincón de nadie sabe dónde, me regaló la penúltima sonrisa.
Me observaba en el rumor de los transeúntes, de las risas solitarias, de los voceros y la canción en la radio “del fonógrafo”. Mis dedos titubearon al encender el tercer cigarro.
La vida fue más allá de nosotros, más allá del avispero que zumbaba en las vigas del techo, más allá del miedo.
Otro tren me encontraba, me sujetaba. Al último llamado tomé mi boleto, no pagué la cuenta. No lo miré. Besé su mejilla intrusa, tomé la petaca.
Al paso apretado puse pausa en el primer escalón: un calor de medio día sepultó sus uñas en mi cráneo, en mis ojos. Chispazos de colores derribaban en la sombra de mi mano derecha aglutinada a la frente. Eché un ojo atrás y ahí estaba usted, de pié, sofocado por la carrera. El tren en marcha como en película antigua.
Al paso a paso, disminuyó su figura de otoño, cediéndome a una estación de verano.  Mi vestido zigzagueó con el viento. Terminé de subir, plegándome en mi asiento mientras por la ventanilla, se devastaba esa primavera donde fui suya por décima vez.




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