Una caminata al perímetro de mi juventud y de la Plaza Vasco
de Quiroga.
Nieve de pasta en la mano. Asentarme en una de las canteras en
el rumor de sus fuentes mientras Tata Vasco reposa muy alto la mirada.
Encender un cigarro, bajo el vuelo de pájaros y palomas ultrajando
nubes, aire, cielo.
Cerrar el abrigo comprimiendo los dedos. Encontrarse con la
sonrisa compinche de quien nos escoltó en la aventura de ir de Morelia a
Pátzcuaro sin avisar a nadie.
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